Remedios científicos contra el desamor

El domingo estuve con mi amiga Morgana. Se llama así, Morgana, como el hada de Arturo. Dos días atrás, al hada la había dejado su pareja. Entré en su casa, que olía a insomnio y a ruptura caliente, y lo primero que me dijo fue: “Me duele el cuerpo, como si me hubiera pasado por encima un camión de doce ejes”, y se desplomó en el sofá. Eché mano de un escáner cerebral que guardo en el cajón de resolver cosas, y le conté que los neurocientíficos han encontrado que el dolor por el abandono clava el colmillo en las mismas áreas cerebrales que si te pillas el dedo con una puerta. 
El despecho tiene en nuestras neuronas un reflejo físico y, sí, duele como si te atropellara un camión enorme. El dolor físico y los sentimientos intensos de rechazo, según encontraron en un estudio de la Universidad de Michigan  publicado en  (PNAS)  azota la corteza somatosensorial secundaria y la ínsula posterior dorsal, nada menos. 
Morgana estaba a punto de perder el interés por mis cerebritos hasta que añadí: “Las penas por desamor se aliviarán pronto con una pastilla. Están investigando fármacos para coser corazones. El último gran libro blanco de la psiquiatría debatió si incluir el desamor como un síndrome psiquiátrico temporal.  ¿Te tomarías una pastilla de esas?”.  
Morgana ni contestó  y se tragó un ibuprofeno 600, como sucedáneo analgésico hasta que la ciencia avance. “Y bien – me dijo minutos después- ya no me duele el cuerpo.  ¿Qué hacemos ahora con el alma? “. Por la existencia del alma yo no apostaría gran cosa. Pero Morgana hablaba de un sufrimiento que sí conozco. Y recordé un remedio, o al menos un bálsamo. “Oír música, Morgana. La música consuela”.   “Y qué me pongo -respondió-  ¿La Marcha fúnebre?”.
¿Qué es científicamente recomendable tras una ruptura? ¿Música triste en sintonía con tus miserias, o la lambada? Una nueva investigación me sirve para dar una respuesta: concluye que escuchar música triste, sí, muy triste, ayuda a digerir mejor el “ahí te quedas”.
Los investigadores, de la Universidad de California, en Berkely, añaden que también funcionan como paños calientes las novelas desgarradas y los dramones cinematográficos. Para llegar a esta aparentemente ilógica conclusión ―¿cosas tristes como quitapenas?― organizaron dos grupos de voluntarios que habían perdido algo, pero eran pérdidas distintas. Unos, el amor, otros, asuntos de otras densidades: el trabajo, o una competición, como un maratón. Con una batería de test y cuestionarios, encontraron que aquellos que tenían en la cabeza una pérdida no emocional (los del maratón, por ejemplo), elegían música alegre para elevar su ánimo. Los despechados, sin embargo, se arrojaron al abismo de las canciones melancólicas que disparaban sus pucheros.
Los investigadores ofrecen esta hipótesis: “La música triste permite prolongar la sensación de unión, como si todavía no se hubiera acabado del todo la relación”.  La  tristeza, parece, prolonga la relación, aunque el vínculo sea tortuoso y ahogue. Sin embargo, si te pones a dar palmas, das el amor por zanjado, y a otra cosa, algo que el despechado no tiene ningunas ganas de hacer. Morgana, desde luego, no quería.

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